lunes, 9 de mayo de 2016

Llueve.
Y observo.

La gente con sus paraguas
y su existencia superflua
corre.
Yo me paro.
Respiro
y entiendo que la vida
no es la antesala de la muerte;
la vida es simplemente eso,
la vida.

Nos empeñamos en buscar motivos
para justificar todo aquello
que no necesita ser justificado.
¿Cuál es la finalidad del arte
más allá de simplemente
ser?
Ninguna.
Pues así con todo.

He encontrado la belleza
en unas gotas de lluvia que,
ajenas a su propia esencia,
morían en los labios de alguien
que sólo era consciente
de ser alguien,
no de ser la tumba
de mero vapor de agua condensado.
Y en los movimientos.
En el sexo.
Los relámpagos.
Los besos que nunca
y las despedidas
que siempre.

Y observo.
Me paro,
respiro
y entiendo que la muerte
quizás sí sea la antesala de la vida.
La belleza también se encuentra
en las explicaciones inocuas que,
ajenas a su propia esencia,
son.

Quizás el arte nazca de la necesidad
de justificar
lo que no necesita ser justificado,
y hacerlo de tal manera
que parezca que su finalidad
sea exactamente esa.